Me gusta California como destino transitorio
ahora que soy una gárgola caída.
Allí saboreo la comisura de sus labios agrietados
por la salitre que embriaga mi libido
en ese Pacífico destierro de mis huesos rotos.
Suplico por su vientre
para erigirme de nuevo
como la catedral de vida
que un día soñé,
y me encuentro con la pasión
que no reconozco y me atrapa.
No quiero huir de este destierro salobre,
permanecer erguido es una victoria
después de todas las guerras que he perdido.
Y el horizonte es el azul transparente
de sus ojos vidriosos,
allí donde empieza y acaba la vida,
la vida que nunca creí poseer.
Publicado en Voz Emérita
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